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jueves, 28 de agosto de 2014

Las implicaciones de la energía en el balance de poder mundial

Las implicaciones de la energía (producción, comercio y consumo) en el balance de poder mundial y la generación de déficits energéticos de supervivencia

La energía es un instrumento de poder. Quien tiene energía domina el mundo. Las materias productoras de energía (carbón, el petróleo…) son, hasta el hipotético desarrollo de las energías alternativas, una fuente de control y de disputa.

Muchos de los problemas energéticos del mundo se han tornado más graves en los últimos años. La situación energética mundial actual es el resultado de la combinación de diversas tendencias económicas, políticas, tecnológicas, sociales y ambientales, entre otras que confluyen en un complejo panorama de crisis y ajustes, signado en los años más recientes por una escalada de precios, sobre todo en los hidrocarburos y
especialmente en el petróleo.
Desde comienzos del presente siglo se ha reforzado el cuestionamiento del modelo energético vigente, que está basado preferentemente en los combustibles fósiles, como el petróleo, el carbón mineral y el gas natural. Resultan cada vez más evidentes los límites de dicho modelo, tanto en el orden económico (altos precios de la energía), como en el plano social (desigualdad y pobreza energética) y ambiental (implicaciones adversas para el entorno). Además, se han reforzado los conflictos internacionales y las guerras por el control de los recursos energéticos del planeta, sobre todo aquellos no renovables, como el petróleo y gas natural.
La necesidad de aumento productivo de las sociedades industrializadas lleva parejo un incremento de los bienes de consumo y la creación de un mecanismo en el que se establece una equivalencia social entre el confort y el consumo. Ello ha supuesto en las últimas décadas una avidez consumista, en donde el consumo es una finalidad en sí misma.
Así, la demanda de energía no sólo ha tenido que crecer en la industria, sino también en los consumidores de los productos manufacturados, dado que estos precisan mayoritariamente energía para cumplir con su finalidad. Para satisfacer esta demanda no sólo de bienes, sino de exigencia de nuevas cotas de confort, se hace precisa una mayor generación y oferta de energía.
El estado del bienestar, ha generado el estado del gasto y de la dependencia energética. No es de extrañar por tanto, que uno de los parámetros más importantes para clasificar el grado de desarrollo de un país, sea su gasto energético per cápita.
La inmensa mayoría de las naciones subdesarrolladas ha sido severamente afectada por los altos precios de los hidrocarburos, debido a su elevado grado de dependencia del crudo importado. Como promedio, en los países importadores netos de petróleo el consumo petrolero por unidad de PIB generado (intensidad petrolera) es el doble que el correspondiente a los países desarrollados, lo que revela una mayor vulnerabilidad ante el incremento de los precios del crudo importado. En un contexto de gran vulnerabilidad
socioeconómica como es el actual, que ha estado dominado por la marginalización de estos países de los flujos comerciales y financieros internacionales. Es decir buena parte de los problemas que padecen en estas economías se deriva de la alta dependencia de los combustibles fósiles.
Existe una relación directa entre dicha dependencia y su enorme dificultad financiera actual. Uno de los factores que más inciden en es la evolución de los precios internacionales del petróleo. Su cotización, además de marcar el precio de las gasolinas, determina el del gas y, por extensión, el de la electricidad. Todos ellos inciden directamente en la inflación, hasta el punto de que cada subida en 10 dólares en el precio del barril tiene un efecto de 0,2 puntos sobre el IPC durante el primer año y de 0,1 puntos durante el segundo. Todos los años acumula un saldo energético negativo enorme y creciente y eso incrementa proporcionalmente los créditos internacionales 
Si bien las economías industrializadas muestran una elevada dependencia de los hidrocarburos importados, en la actualidad son mucho menos vulnerables ante los altos precios de la energía que a comienzos de los setenta debido, entre otras razones, a la drástica reducción en el consumo de energético por unidad de producción, derivada de los cambios estructurales ocurridos en esas. Es el fin de la era de energía barata, sin
encontrar alternativas que pueda sustituir éstos en las cantidades a las cuales somos acostumbrados, lo que amenaza la supervivencia a largo plazo del industrialismo en su actual magnitud.
Por ejemplo en los BRICS su consumo de electricidad casi se ha cuadruplicado. La industria se ha consolidado como el principal causante de esta tendencia, sumado al consumo doméstico, pues el desarrollo trae consigo la incorporación paulatina de millones de ciudadanos a la clase media.
Es decir la demanda global de energía sigue superando los aumentos en suministro. Todo parece indicar que este desequilibrio seguirá existiendo.
Cualquier esperanza de que los suministros en crecimiento permanente de energía correspondan a la demanda en los próximos años será defraudada. En vez de ello la escasez recurrente, aumentos de precios y un creciente descontento acompañarán probablemente el futuro energético del mundo.


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