El Estado
Islámico (IS, ISIL) al
que me referiré a partir de ahora como Daesh, se
ha convertido en poco tiempo en la mayor amenaza en la mente del
mundo occidental. Este es el segundo capítulo, en el que hablaré de
las medidas para combatir al Daesh en lo que he llamado el frente
interior, los países occidentales. En la próxima entrega me
centraré en el frente exterior, la lucha sobre el terreno.
Problemas
de integración
En
la entrega
anterior vimos
qué es lo que el Daesh quiere conseguir con su campaña de
atentados; publicidad para atraer gente a su territorio, sobre todo
gente formada con la que ahora no cuenta y necesita para ampliar su
lucha. El apoyo que consigue el Deash en el interior de Europa hace
que sea muy difícil combatirlo. Prueba de ello es que Salah
Abdeslam, uno de los autores del atentado de París, estuvo escondido
en una casa a 500 metros de una comisaría durante 4 meses, sin que
la policía Belga se enterase. Además, miles de europeos han salido
rumbo a Siria para combatir en las filas del Daesh. Los autores de
los atentados de París y Bélgica eran jóvenes europeos
radicalizados de segunda o tercera generación. Está claro que en
sociedades democráticas, como las europeas, los ciudadanos tienen
derechos y deberes. Entre esos deberes están el respetar las normas
de convivencia, la igualdad de la gente independientemente de su
sexo, raza, religión, etc., respetar las normas de la democracia y
seguir las leyes del país. Mucha gente dice que esto no se cumple en
los jóvenes musulmanes debido a los problemas de integración. Esto
es falso. Las sociedades occidentales se han convertido en una
máquina de desmotivar a la gente, musulmanes o no. Estamos llenos de
gentes desencantadas. Todos estos jóvenes (y no tan jóvenes) son
presas fáciles de las organizaciones sin escrúpulos que quieren
socavar el estado, grupos extremistas de derechas o izquierdas, o
yihadistas, da lo mismo, ya que se nutren del desencanto y del ansia
de la gente de pertenecer a algo que les haga sentirse diferentes y
queridos. Luego, estos grupos los usan para su objetivo final,
destruir el estado de derecho. Pero como digo no es suficiente
sentirse “des-integrado” para convertirse en extremista.
Probablemente
no hay grupo más denostado, marginado y vilipendiado en Europa que
los gitanos, sin embargo, esta falta de integración no hace que se
conviertan en sanguinarios asesinos que pongan bombas en el bar de la
esquina. Para ello hace falta que alguien les guíe en la senda de la
radicalización.
Para
luchar contra este proceso los estados europeos deben tomarse en
serio la integración de todos los ciudadanos. Nadie puede quedarse
fuera ni sentirse excluido. La democracia tiene que empezar un contra
discurso fuerte, no solo en los colegios, sino sobre todo en las
redes sociales que es donde estos grupos extremistas se hacen
fuertes. No solo es importante acabar con el discurso yihadista; el
de la extrema derecha e izquierda es complementario y su fin es el
mismo.
Se
requiere la eliminación de estos discursos (no sólo su combate),
para lo cual es necesario el uso con toda contundencia de los métodos
de guerra electrónica para acabar con las páginas, chat, twitters
que vierten basura continuamente en internet. Sí, hay que empezar
una guerra en las redes en toda regla.
Sin
embargo, ya se habrán dado cuenta de que esta estrategia es a largo
plazo y que es más un acto defensivo en el corto plazo y que por sí
sola no acabará con el problema.
La
cyberguerra debe ser fundamental en la lucha contra el Daesh. Foto:
wiki media
Totalitarismo
wahabi
Al
igual que las masas descontentas fueron manipuladas en los años 30
por diferentes totalitarismos en todo el mundo, ahora han surgido
nuevas ideas totalitarias que son las responsables de la
radicalización de la gente. Una de ellas, en mi opinión, es el
wahabismo totalitario. Los wahabies tienen
una interpretación radical del islam. Esto no sería más importante
si no hubiesen sido fundamentales para que la casa Saud se hiciese
con Arabia y mantuviese el poder. En los años 70 tras la crisis del
petroleo, Arabia Saudí empieza a nadar en divisas y comienza a
exportar años después sus creencias a todo el mundo árabe. Este
mundo, que es pobre, recibe con agrado el ofrecimiento por parte de
Arabia de la creación de mezquitas y el pago de sus imanes. El único
problema es que se dedicarán a predicar sus creencias radicales.
Poco a poco esta visión del Islam, que no era la mayoritaria, se
extiende e inclina las creencias musulmanas hacia la radicalización
y el odio a otras creencias e incluso a las versiones no wahabies del
islam Suní. Pero esta secta religiosa radical pasa a un estadio
superior cuando se “fusiona” con las ideas promulgadas por
los Hermanos
Musulmanes, una
formación política islámica que cree que el Corán es la única
vía para regular la vida de los ciudadanos de un país. De esta
fusión, político-religiosa surge al final esta suerte de Wahabismo
totalitario que es el que está detrás, en último término, de la
captación de los jóvenes en los países occidentales y de la
creación de Al Qaeda o del Daesh. Este grupo tiene el mismo fin que
el resto de los totalitarismos que ha visto el mundo: extender sus
ideas por todo el mundo y destruir a todos aquellos que no piensan
como ellos. Por eso esta guerra es como la librada contra el fascismo
en los años 40, no terminaremos con ella hasta que uno de los dos
bandos caiga. No hay opción. Si no ganamos nos destruirán. No es
una guerra de musulmanes contra occidente. Es una guerra del
whahabismo radical para acabar con todos los que no sean wahabies,
empezando por los musulmanes.
La
lucha contra el totalitarismo wahabí ha de ser como la realizada
contra el fascismo en la segunda guerra mundial. Foto: wikimedia
Para
acabar con ellos no podemos permitir que esta doctrina del odio se
imparta libremente en nuestras mezquitas. Estas ideologías deben ser
consideradas a igual nivel que el fascismo. Las personas que las
difundan deberán ser encarceladas o expulsadas de los países
occidentales. Hay que pedir ayuda a los países árabes moderados y a
las comunidades islámicas para sustituir a los imanes radicales por
personas que expongan una visión no radical del islam. Si es
necesario se han de financiar mezquitas moderadas para contrarrestar
la influencia de la financiación Saudí. Se ha de cortar la
dependencia del petróleo Saudí, aunque esto nos pueda costar caro.
Las guerras, ya lo siento, son caras, pero más caro es perderlas.
No
se asuste. Estamos en guerra
Por
si no se ha dado cuenta, estamos en guerra. Sí, contra el Daesh. Ya
sé que no es un estado reconocido… pero le recuerdo que Israel ha
tenido con los países árabes (según como se cuente) más de 6
guerras y
aun así muchos de estos países siguen sin reconocer a aquel como
país, pero pese a todo Israel existe. De la misma manera el Daesh
existe. Tiene un territorio de extensión en tamaño
al de Bulgaria,
con una población estimada que supera los 10 millones de personas.
Recauda impuestos, emite moneda, tiene un derecho propio. Vamos que
es un país en toda regla. No admitir esto es seguir la estrategia
del avestruz, que tan a menudo se sigue en los países occidentales.
Por lo tanto si un país dice que te ha atacado (en varias ocasiones)
y que te ha declarado la guerra mediante más de un comunicado, es
obvio, estás en guerra. Enviar aviones a tirar bombas a Siria e Iraq
creo que demuestra más o menos que en el fondo sabemos que estamos
en guerra. Sin embargo los países occidentales siguen tratando esto
como si de un grupo radical más se tratase. Creo que es necesario
una declaración formal de guerra por aquellos países que han sido
atacados: Francia y Bélgica. Posteriormente estos países deberían
activar las cláusulas de mutua asistencia de la Unión Europea y de
la OTAN. Esto daría cobertura legal a los ataques que se están
realizando en el exterior y permitiría nuevas acciones, pero de ello
hablaré en la próxima entrega. En el frente interior la declaración
de guerra permitiría considerar a los combatientes del estado
islámicos soldados de un país agresor. Automáticamente estos
soldados pueden ser confinados en un campo de prisioneros hasta que
la guerra acabe. Aquellos soldados que cometan actos deliberados de
ataque sobre la población civil (actos terroristas) podrían ser
juzgados por crímenes de guerra. Las personas de los países
occidentales que pasasen información, dinero o ayuda al estado
islámico podrían ser procesados por delitos de alta
traición, espionaje,
etc. en tiempo de guerra. Además eso permitiría declarar la
cyberguerra al estado islámico y usar para ello todos los mecanismos
del estado de manera legal. No hay que equivocarse, aunque no lo
queramos estamos en guerra y las células terroristas que luchan del
lado del estado islámico en nuestros países son sus “comandos en
suelo enemigo”. Tratémoslos como tales y dejemos a un lado
nuestros miedos.
Estamos
en Guerra. Foto: flickr Moyan Brenn
No
son las leyes, son nuestros estúpidos gobiernos
En
cuanto los problemas han comenzado hemos visto como los gobiernos
empezaban a actuar dando tumbos como locos cual gallinas sin cabeza.
Declaraciones de estado de emergencia, peticiones para modificar
nuestras leyes restringiendo las libertades de los ciudadanos, etc.
Pero el problema no son las leyes que nos rigen. Son nuestros
gobiernos incompetentes, que se niegan a compartir la información
entre las diversas agencias de seguridad de los países vecinos o
incluso dentro de su propio país. Gobiernos que permiten el libre
paso de las personas sin que exista una policía europea. Gobiernos
que prefieren recortar las libertades de los ciudadanos antes de
ceder soberanía para construir estructuras comunes de seguridad.
Pues bien. Ha llegado el momento. O cedemos seguridad y avanzamos
hacia un estado común en Europa o rompemos Europa y acabamos con
Schengen, pero no es posible seguir siendo fronteras permeables sin
un “FBI EUROPEO”. Además de eso, hace falta no un cambio de las
leyes, sino un aumento del dinero destinado a servicios de seguridad,
coordinación, agencias de inteligencia, etc.
La
guerra está aquí y, aunque no la queramos, tenemos que ganarla
porque el otro bando no va a parar hasta destruirnos.
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